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Julián Juderías

bre el nivel de tus paisanas que no conciben más que el terror del esclavo ó el interés despreciable hasta en aquello que denominan cariño y por encima también de cuantos no conocen más goce que el de los sentidos, ni más preocupación que la de una vanidad pueril, si con este te encuentras en medio de ellas como en un desierto? ¿A qué se habrá descorrido el velo que ocultaba tu razón como no sea para que comprendas mejor el abismo de los pesares? ¿A qué habrá purificado tu ser la llama de una pasión verdadera si así experimentas con mayor violencia el dolor de la separación, de una separación eterna? ¿Qué amiga comprenderá ahora, qué diversión será eficaz á consolarte? Tu amante te arrancó á la vida real como se arranca una flor y te inició en el misterio de una vida intelectual, pero muerto él, no respirarás más la pureza de aquella atınósfera ni le apartarás más de la tierra.

La campana principal de la ciudad dió las once. Alrededor todo reposaba y solo de cuando en cuando la voz de los centinelas y el ladrido de los perros se dejaban oir en la fortaleza y en el 'campamento. Apoyado en un fragmento de estatua paseaba yo la vista por el campo envuelto en tinieblas. A mi espalda la ciudad parecía una mancha negra; en la cumbre del monte brillaban de cuando en cuando las bayonetas de los centinelas. La niebla formaba á modo de oleajes sobre las desnudas restas de las vecinas montañas y unas veces tomaba el aspecto de edificios fantásticos, otras parecía un bosque de plata. ¿No serán semejantes á esa niebla los pensamientos nocturnos que ahogan el corazón de los privados de felicidad en esta tierra, me decía? Entre las montañas había una que no estaba cubierta por la bruma y que, alumbrada por la luz de los relámpagos, se erguía con resplandor salvaje sobre un mar de vapores. ¡Es-