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<—91muertos, y el rotiro as para ellos como c. vacío de la máquina neumática que apaga los sonidos.

Bobre la tumba de estos nunca se escribió ² sublime epitafio do Esparta: "Murieron en la creencia de que la felicidad no consiste ni en vivir ni en merir, sino en saber hacer gloriosamente lo uno y lo otro", Los hombres grandes por sí mismos, que no trafican com la gloria, para quienes el mando es un deber, la lucha una noblo taroa, y el sacrificio una verdadera religión; los que al abandonar el teatro de la vida pública no tienen que despojars:

á sa puerta de las galas prestadas de un día, r queman el aceite de su propia vida en la lámpara de sus vigilias, esos viven en paz y conversan fa miliarmente con el genio de la soledad, que en el ailencio serena su alma agitada por las tempostades populares. A esos hombres sienta bien el modesto retiro en que pueden ser estudiados y astimados por lo que en sí valen, despertando la ndmiración ó la simpatía por calidades superiores á los engañosos prestigios de la prosperidad.

Tales ó semejantes reflexiones hacía en una hermosa y apacible tarde de verano del año de 1848atravesando la magnífica alameda de Santiago de Chile, y dirigiéndome á uno de los barrios más apartados de la ciudad, donde vivia y murió el general D. Juan Gregorio de Las Heras, capitán ilustre y libertador de tres repúblicas, republicano eencillo y desinteresado, que siendo uno de los hé roes más notables de la epopeya de la independencia americana, vivía tranquilo en el retiro, siu eapada, sin poder y sin fortuna.

Iba á pagarle la visita que infaliblemente haci este soldado lleno de cortesíá, á todo argentino que llegaba á aquel país; y al hacerlo, cra arrastrad