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Itas, artillads con los viejos cañones de hierro que servían de postes en sus calles, se salvó la causa de la civilización y de la libertat del Río de la Plata. El mundo, en vez de confederarse contra alla, como el mundo griego contra los hijos de Priano, vino en su auxilio; y sucesivamente, la Francia, la Gran Bretaña y el Brasil, le prestaron su apoyo, dándose cita en su recinto sagrado para combatir por su causa, todas las razas viriles de la tierra que persiguen un ideal.

La historia del sitio de Montevideo, con sus homéricos combates diarios, con sus hazañas que se dirían fabulosae, con sus héroes que sin necesidad del auxilio de los dioses mitológicos nada tienen que envidiar a los de la Iliada, es una epopeya que tione la unidad de la acción y de la idea, realzada por la eevera poesía de la verdad.

Y para que nada faltase á esta analogía entre la antigua y la nueva Troya, Montevideo tuvo también su Patroclo, en torno de cuyo cadáver se trabó un combate heroico, cuyo héroe, más grande que Aquiles y que los Ayax, ha merecido la admiración y la simpatía del mundo entero.

II

Era Montevideo en 1843 una ciudad cosmopolita, en toda la acepción de la palabra.

Al tiempo de ser sitiada por el ejército del tirano Rozas, al mando del degollador Mannel Oribe, de siniestra celebridad, su población se componía de poco más de treinta y un mil habitantes. De éstos, sólo once mil erau nacionales, de ambos sexos y todas edades, incluyendo en el número casi una mitad de negroa emancipados, criollos