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kería que por allí se sentían á veces, las detonaciones del cañón marino en la bahía, los resplandores intermitentea que en medio de la noche penetraban á manera de relámpagos por los respiraderos, eran otras tantas luces de esperanza que el silencio volvía á apagar bien pronto. Todo contribuía á apocar los ánimos y á destemplar la varonil energia de que tanto necesitaban pana hacer frente con dignidad a la desgracia.

Después de más de cuarenta días de riguros carcelaje y de miseria fueron sacados de sus calabozos los jefes y oficiales independientes presos en las Casas—Matas. La transición violenta de la obscuridad á la luz del día deslumbró á los más, habiendo algunos que por largo rato creyeron haber enceguecido. Inmediatamente fueron entregados al general Monet, que con su división debía custodiarlos hasta el valle de Xauxa, para hacerles pasar do allí á la isla de los Prisioneros, situsda en el lago de Titicaca ó Chucuito.

Eran los presos como 160 entre jefes y oficia les (8), y fueron divididos en dos grupos para inayor seguridad, pues en la misma división que debía custodiarlos, iban los dos escuadrones de Granaderos á caballo, últimamente pasados al enemigo.

El grupo de prisioneros, cuya marcha vamos á seguir, y en que tuvo lugar el suceso que va mos á narrar, se componía de 80 jefes y oficiales, entre los que se contaban un general y tres coroneleg.

(7) Alaix en sus partes al general Rodit dice que eran etento cinco.