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nía por origen una gran cantidad de azufre derramado por el suelo al tiempo de trasladar los mistos al depósito indicado. El fuego do un cigarro determinó su combustión.

El terror se apoderó de los prisioneros, y en los primeros momentos no acertaron á hacer ningún novimiento, á pesar de que el fuego se propagaba con rapidez por el auelo y se dirigía siempre baia la puerta del depósito. Algunos, con más presencia de espíritu, ee arrojaron sobre el fuego para sofocarlo con sus cuerpos ó con sus ropas, impidiendo así que so pusiera en contacto con los mistos. Al fin lo consiguieron para verse amenazados de otro peligro mayor.

El ruido que causó en la prisión la alarma del incendio y los esfuerzos hechos para apagarlo, llamaron la atención de los que se hallaban en la explanada de las Casas—Matas. Lo primero que se les ocurrió fué que los jefes y oficiales se habían sublevado, y sin más averiguaciones se pusieron á hacer fuego por las ventanillas del calabozo.

Los que acababan de salvar de tan inminente peligro se vieron nuevamente expuestos á morir entre una lluvia de balas que cruzaban la prisión en todas direcciones. Al fin pudieron hacer comprender á la guardia lo que sucedía, y por esta vez al menos salvaron sus vidas.

Mnohos de ellos habían pasado más de diez años de su vida encerrados en aquellas horriblea prisiones, y el temor de terminar la miserablemente en ellas debilitaba en sus almas hasta la es peranza de la libertad. Los que con más arrogancia soportaban su desgracia aun esperaban que la escuadra patriota y el ejército de línea pudiesen abrirles á cañonazas las puertas de la prisión. Los ruidos por la tarde, de tierra, los descargas de fusi2