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libre albedrío, arrebatar á la inteligencia el atributo más bello de la divinidad, despojar á la humanidad de sus amables virtudes, sin extirpar sin embargo esa poesía colectiva, i despecho del mismo pueblo que la rechazaha, que, como lo ha observado Tocquevilke, es el signo característico de la poesía democrática. La república de Esparta no es, por otra parte, sino un engondro de la imaginación poética de Licurgo, que concibió una asociación en su cabeza, la formuló en an poema que llamó leyes, y fanatizado por su idea, como Saint—Simon y Fourrier en nuestros días, dió su vida á trueque de ver realizada su teoría, hija más bien de la fantasía que de la observación de la naturaleza humana.

A pesar de tantas precauciones, la música y la poesía tenían un culto secreto con el corazón do aquellos austeros ciudadanos, dispuestos á morir por sus santas leyes; y la prueba de esto es que allí fué donde se añadió una cuerda más & la lira, lo que le valió un destierro perpetuo al inventor, bajo el pretexto de que tales armonías convidaban al pueblo á la nolicie. La lira se encargó de su venganza.

Años después, los de Esparta, en guerra con los Mesenianos, pidieron auxilio & Atenas. Esta repítblica les envió por contingente un pocta armado de una lira. El poeta se llamaba Tirteo. Sus himnos guerreros encendieron el entusiasmo en todos los corazones y templaron la fibra viril del pueblo abatido por la derrota, que voló con decisión á la batalla. Rotos los escuadrones de Esparta, los dispersos oyeron á su espalda la voz robusta de Tirteo, que se acompañaba con la lira cncordada por los espartanos, y volviendo caras, conquistaron de nuevo el lauro de la victoria, probando á sus ene.