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<—813Jos neófitos, volvamos á la Grecia, por la última vez, y estudiemos ol mágico poder de la poesía eu uno de sus más grandes pueblos y de sus más grandes hombres: Atenas y Solón.

Los atenienses, después de haber sido batidos por los de Megara—ciudad dórica—decretaron la pena de muerte contra todo el que hiciera una moción para retornar á Salamina. Algunos años des pués, un poeta hizo llorar al pueblo con el relato de las desgracias de Conia, y el poeta fué multado por el tribunal, imitando en esto la crueldad de Esparta al desterrar al que encordó la lira.

Solón, comprendiendo todo el partido que podíaaacarse do la poesía para imprimir al pueblo uzt movimiento eléctrico y sublime, haciéndose el insensato, infringió el decreto sobre Salanina, entonando en la plaza pública un canto guerreropor medio del cual el futuro legislador, cual otro Tirteo, logró encender el entusiasmo popular. El pueblo pidió á gritos el ataque de Salamina, y Solón, haciéndose general en jefe, y cambiando la lira por la espada, tomé á Salamina á la cabeza de quinientos hombres.

Al dejar para siempre las playas de la Grecia, yo le impongo por todo castigo, que coloque ese lauro militar sobre las sienes de la poesía, para que otra vez es mida un poco antes de calificar de estéril á la que tantos hechos gloriosos, tantas acciones generosas, tantas ideas sublimes y tantos sentimientos nobles, ha sabido producir.

No es éste y el do Tirtoo el único lauro guerrero que la poesía puede reivindicar para sí.

Dando un salto al través de los siglos, trashdémonos á la risueña Italia, que usted ha visitado eon religiosa respeto, según nos cuenta en aus Viajes.