se reunen para pensar de su especie todo lo mal que es posible, siempre filosofando tristemente, siempre degradando por vanidad á la naturaleza humana, siempre buscando en algun vicio la causa de todo lo bueno que se hace, y siempre, en fin, murmurando por su propio corazon del corazon del hombre.
¿Que creeréis que se aprende en las conversaciones tan agradables de las grandes sociedades? ¿A juzgar sanamente de las cosas del mundo? ¿á hacer buen uso de la sociedad? ¿á conocer á lo menos á las gentes con quienes se vive? Nada de eso. Solo se aprende en ellas á defender la causa de la mentira, á trastornar á fuerza de filosofía todos los principios de la virtud, á dar un colorido á sus pasiones y preocupaciones con sofismas sutiles, y al error un cierto aire de moda segun las máximas del dia. No es necesario conocer el carácter de las personas, sino solamente sus intereses, para adivinar poco mas ó menos lo que dirán de cada cosa. Cuando un hombre habla, su hábito es, por decirlo asi, quien tiene un sentir, y lo mudará sin reparo tan frecuentemente como mude de estado. Dadle alternativamente una larga peluca, un uniforme y una cruz pec-