tamos el corazon á su debilidad: aprendemos menos á imitar su valor que á ponernos en el caso de necesitarlo: es, sí, mayor ejercicio para la virtud; pero quien se atreve á esponerla á estos combates, merece sucumbir á ellos. El amor, el amor mismo toma su máscara para sorprenderla; se adorna de su entusiasmo, usurpa su fuerza, afecta su lenguage; y cuando uno se apercibe del error, ¡que tarde es ya para salir de él! ¡Cuantos hombres de buen fondo, seducidos por estas apariencias, de amantes tiernos y generosos que eran al principio, se han hecho por grados viles corruptores, sin costumbres, sin respeto á la fé conyugal, sin miramiento á los derechos de la confianza y de la amistad! ¡Dichoso aquel que sabe reconocerse al borde del precipicio, y guardarse de caer en él! ¿Debemos esperar á detenernos en medio de una carrera rápida? ¿Aprenderémos á hacernos superiores á la ternura, enterneciendonos todos los dias? Se triunfa con facilidad de una débil inclinacion; pero aquel que ha conocido el verdadero amor y ha sabido vencerle, ¡ah, perdonemos á este mortal, si existe, que se atreva á aspirar á la virtud!
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Apariencia