siones, ni otro mérito que su debilidad. De este modo la igualdad, la fuerza, la constancia, el amor de la justicia, el imperio de la razon, vienen á ser insensiblemente unas cualidades aborrecibles, unos vicios á quienes se desacredita. Los hombres se hacen honrar por todo lo que les hace dignos de desprecio; y este trastorno, esta ruina de las sanas opiniones, es el efecto infalible de las lecciones que vamos á tomar al teatro.
Bajo cualquier aspecto que este se mire, en lo trágico ó en lo cómico, siempre se vé que haciendonos de dia en dia mas sensibles por diversion y por juguete, al amor, á la cólera, y á todas las otras pasiones, perdemos toda la fuerza para resistirlas cuando nos asaltan de veras; y que el teatro, animando y fomentando en nosotros las disposiciones que convendria contener y reprimir, hace que domine lo que deberia obedecer: lejos de hacernos mejores y mas felices, nos hace peores y aun mas desgraciados, y pagar a nuestra costa el cuidado que allí se tiene de agradarnos y lisonjearnos.
Nada hay que no sea bueno sobre la escena sino la razon. Un hombre sin pasiones, ó que á todas las dominase, no podria allí