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Página:Plagiado (1896).djvu/107

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EL CAPITÁN SE RINDE

gateó Vd. como una vieja; me dió su palabra y me estrechó la mano, y Vd. sabe lo que después pasó. ¡Al diablo con su palabra!

—Bien, bien, señor,—dijo el capitán,—con imprecaciones no se ganará mucho. (Y en verdad, el capitán no tenía la costumbre de echar ternos y juramentos.) Pero tenemos otras cosas de que hablar, continuó con amargura.—Vd. ha dejado mi bergantín en una condición lamentable; apenas tengo gente con que manejarlo; mi primer piloto, de quien apenas podía prescindir, ha muerto sin chistar á manos de Vd. No me queda otro recurso, sino recalar en Glasgow en busca de marineros; y allí, con permiso de Vd., podría encontrar quienes sabrán hablarle mejor que yo.

—¿Eso tenemos?—dijo Alán.—Bien, y yo mismo les hablaré. Y á menos que en esa ciudad no haya quienes entiendan el inglés, oirán una historia muy interesante.

De un lado quince robustos marineros, y del otro un hombre y un muchacho. ¡Oh! ¡ eso es vergonzoso!

El capitán se puso todo rojo.

—No,—continuó Alán,—eso no me acomoda. Déjeme Vd. en la costa como convinimos.

—Sí,—dijo el capitán,—pero mi primer piloto ha muerto, y Vd. sabe bien cómo. Ninguno de nosotros conoce la costa, que es muy peligrosa para los buques.

—Dejo á elección de Vd.,—continuó Alán,—que me deje en Apín, ó donde quiera á unas treinta millas de mi tierra; excepto en el país de los Campobellos. Le dejo á Vd. amplio espacio; si no es capaz de hacer eso, entonces hay que confesar que es Vd. tan flojo marino como combatiente. Los pobres pescadores de mi