país en sus miserables botecillos van de una isla á otra en toda clase de tiempo, y hasta de noche.
—Un bote de pescadores no es un buque, señor mío,dijo el capitán.—No tiene el calado de un buque.
—Entonces, vamos á Glasgow, si Vd. quiere,—dijo Alán.—Al fin nos reiremos á sus expensas.
—No soy muy amigo de burlas,—dijo el capitán ;pero todo esto cuesta dinero.
—Bien,—dijo Alán,—yo no soy veleta. Treinta libras esterlinas si Vd. me deja en la costa; y sesenta si me desembarca en Linne.
—Pero vea Vd. donde estamos, señor; á unas cuantas horas de navegación de Armuchán,—dijo el capitán.— Déme Vd. sesenta libras y lo dejaré allí.
—Y tengo que exponerme á la persecución de los soldados solo por complacer á Vd.,—exclamó Alán.—No, señor; si Vd. quiere sesenta libras, gánelas y déjeme en mi país.
—Es arriesgar el bergantín,—dijo el capitán,—y la vida de Vd. al mismo tiempo.
—Poco me importa,—dijo Alán.
—¿ Podría Vd. guiarnos?―le preguntó el capitán que dominaba su cólera.
—Es dudoso, —dijo Alán,—yo tengo más de soldado, como Vd. ha visto, que de marinero. Pero me he embarcado y desembarcado tantas veces en esta costa, que creo conocer algo de ella.
El capitán movió la cabeza refunfuñando.
—Si yo hubiera perdido menos dinero en este infortunado viaje, dijo,—lo vería á Vd. ahorcado antes de arriesgar mi bergantín, señor. Pero sea como Vd. quiere.