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PLAGIADO

á la espada de la gente de las Tierras Altas, y mi padre y tres individuos más fueron escogidos y enviados á Londres para que el Rey los viera. Se les llevó á palacio y durante dos horas continuas dieron una exhibición en el arte de esgrimir la espada delante del Rey Jorge y de la Reina Carolina y del carnicero Cumberland, y de otros muchos que no puedo recordar. Terminado el acto, el Rey (á pesar de ser un insigne usurpador), los elogió y pusó tres libras en manos de cada uno. Al salir del palacio, tenían que pasar por delante de la habitación del portero, y se le ocurrió á mi padre, porque tal vez era el primer caballero privado que pasaba por aquella puerta, que era justo darle al pobre portero una idea de su conducta. De consiguiente le regaló las tres monedas que acababa de recibir del Rey; los tres caballeros que venían detrás hicieron lo mismo. Algunos dicen que fulano fué el que primero dió la gratificación al portero del Rey; otros, que fué zutano; pero la verdad es que quien lo hizo fué Duncan Stuart, como estoy dispuesto á probarlo con la espada ó con la pistola. Y tal era mi padre.

¡Dios lo tenga en su gloria!

—No creo que fuera él esa clase de hombre que lo dejara á Vd. rico,—dije.

Y eso es cierto,—replicó Alán.—Me dejó solo lo encapillado, y una pequeñez de poca importancia. Y esto fué lo que me obligó á alistarme al servicio del Rey, lo que arrojó una mancha en mi honra á lo mejor del tiempo, y me traería malas consecuencias si cayese en poder de las casacas rojas.

—¡Cómo! Sirvió Vd. en el ejército inglés?—le pre¿ gunté.