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LA PÉRDIDA DEL BERGANTÍN

á sotavento. Ya que estamos metidos en esto es preciso seguir adelante.

Y diciendo esto dió una orden al timonel, y envió á Riach á la cofa del trinquete. Sobre cubierta había solo cinco hombres, contando los oficiales, y eran los únicos aptos para el servicio (ó á lo menos eran á la vez aptos y querían trabajar); y dos de estos estaban heridos.

De consiguiente, el Sr. Riach tuvo que subir á la cofa donde se sentó en acecho, comunicando á los de la cubierta lo que veía.

—El mar hacia el sur es espeso,—gritó; y luego después de un rato agregó: —parece que está más despejado cerca de tierra.

—Bien, señor,—dijo el capitán á Alán, probaremos vuestra indicación, aunque creo que tanto valdría tomar á un ciego por guía. Quiera Dios que Vd. no se equivoque.

—¡Quiera Dios que así sea !—me dijo Alán.—Bien, bien, será lo que fuere.

Á medida que nos acercábamos á la punta que queríamos doblar, los arrecifes empezaron á menudear á nuestro paso; y el Sr. Riach gritaba de tiempo en tiempo que cambiáramos de rumbo; y á veces no hubo un segundo que perder, pues pasamos tan cerca de un arrecife, que el agua cayó sobre la cubierta á manera de lluvia menuda.

La claridad de la noche nos mostró estos peligros tan visibles como si fuera de día, lo que era quizás aun más alarmante. Me dejó ver también el rostro del capitán, de pie al lado del timonel, ya inclinándose á un lado ya al otro, y á veces soplándose las manos, pero siempre prestando oído á todo y mirando á todos lados, y tan impasible como si fuera una roca. Ni él ni el Sr. Riach habían