un surtidor de agua que surgía del mar que bañaba la luz de la luna, é inmediatamente oímos un ruido sordo.
—Cómo llama Vd. á eso?—preguntó el capitán con rostro sombrío.
—El mar que se rompe contra un arrecife,—dijo Alán; y ahora Vd. sabe donde está. ¿Qué más quiere Vd. ?
¡Ay!—exclamó el capitán,—¡ si fuera el único!
Y al decir esto vimos una segunda fuente ó surtidor hacia el sur.
—¡Allí !—gritó el capitán,—¡ vea Vd.! Si yo hubiera tenido conocimiento de estos arrecifes, ó una carta de marear, ó si Suan estuviera vivo, ni sesenta libras ni seiscientas, me habrían hecho arriesgar mi bergantín en semejante lugar. Pero Vd., señor, que iba á conducir el buque, no tiene nada que decir?
—Estoy pensando,—dijo Alán,—que estos arrecifes son los que se llaman las Rocas de Torrán.
Y son muchas ?—preguntó el capitán.
—La verdad es que yo no soy piloto,—dijo Alán,— pero me parece que hay como diez millas de estas rocas.
El Sr. Riach y el capitán se miraron uno al otro.
—Supongo que habrá un pasaje á través de ellas,preguntó el capitán.
—Sin duda,—dijo Alán,— pero dónde? Algo sin embargo me hace recordar que cerca de la tierra, el mar está más despejado.
—Sí?—dijo el capitán.—Entonces tenemos que acercarnos lo más que podamos á la extremidad de la isla de Hull, Sr. Riach, y aun en ese caso será preciso que la tierra nos proteja del viento, y que estos arrecifes queden