al punto más angosto y empecé á vadearlo; pero no bien había andado unas tres varas cuando me hallé sumergido hasta las orejas, y si allí no terminó mi vida fué más por la gracia de Dios que por resultado de mi prudencia.
No puedo decir que me empapé más, porque eso no era posible, pero sí que experimenté mayor frío, y como había perdido una esperanza, me sentía doblemente infeliz.
En esto me acordé del madero á que debía mi salvación, y me dije que lo que me había sido ya tan útil me podría servir para atravesar con seguridad aquel pequeño brazo de agua. Y con esta idea me dirigí al punto donde había puesto pie en tierra con objeto de buscar el madero.
Fué una caminata fatigosa en todos sentidos, y si la esperanza no me hubiera alentado, me habría arrojado al suelo abandonando la empresa. Sea consecuencia del agua salada, ó de la fiebre que tenía, lo cierto es que me devoraba la sed, y para apagarla tuve que detenerme para beber el agua turbia de los charcos.
Llegué al fin á la pequeña bahía más muerto que vivo, y á la primera ojeada me pareció que el madero estaba más retirado que cuando lo abandoné. Por tercera vez entré en el mar. La arena estaba lisa firme é iba gray dualmente descendiendo en declive, de modo que pude vadear hasta que el agua me llegó casi al cuello y las olas pequeñas se rompían en mi rostro. Pero en aquella profundidad empezó á faltarme el terreno, y no quise aventurarme más lejos. En cuanto al madero lo ví flotando tranquilamente á unos veinte pies en frente de mí.
Hasta este último desengaño, lo había soportado todo muy bien; pero al llegar de nuevo á la orilla me arrojé sobre la arena y lloré amargamente.