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EL JOVEN DEL BOTÓN DE PLATA

parecían naturales en labios de uno que se dirigía á ese país. Me contestó que era un asunto feo.

—Es inconcebible, continuó, donde esos arrendatarios pueden hallar dinero, pues materialmente se están muriendo de hambre. Pero se ven en parte forzados á procurarse dinero. Santiago Stuart, el que llaman Santiago de los Glens, es medio hermano de Ardiel, el jefe de la tribu y es un hombre á quien buscan mucho. Y hay también uno que llaman Alán Breck. . . .

—¡Ah!—exclamé,— y qué es de él ?

—¿ Y qué es del viento que sopla mientras tiene fuerza?—dijo Henderland. Está aquí y allí: hoy acá, mañana acullá. Quizá se encuentra escondido entre esos matorrales observándonos y oyéndonos. No me sorprendería.

É interrumpiendo su relación me preguntó si no tenía un poco de rapé. Le dije que no, y dió un suspiro agregando que le parecía extraño que yo no tuviera semejante artículo.

—Pues bien, como iba diciendo,—continuó,—este Alán Breck es un hombre atrevido, audaz, la mano derecha de Santiago Stuart. Está condenado á muerte; nada lo detiene; y quizá si uno de los arrendatarios se resistiera, sería capaz de darle una puñalada.

—Si de un lado y otro se ejecutan tales cosas y es todo temor, Sr. Henderland, prefiero no saber nada más, —le dije.

— No,—me contestó,—también hay amor y abnegación capaces de hacernos avergonzar. Hay algo muy hermoso, que acaso no será conforme al catecismo, pero que es muy humano. Aun ese mismo Alán Breck, á juzgar