Cuando llegó la discusión á este punto, tuve que cesar.
Pero Alán tenía tal aspecto de inocencia, y me pareció que hablaba de tan buena fe, y se hallaba tan dispuesto á sacrificarse por lo que creía su deber, que no dije una sílaba más. Recordé entonces las palabras del Sr. Henderland; á saber: que bien podíamos recibir más de una lección de estos agrestes montañeses. Bien: aquí recibí una lección. Los principios morales de Alán pudieran ser errados; pero él se hallaba dispuesto á dar su vida por ellos.
—Alán, —le dije,—no diré que esto sea muy cristiano, como yo lo comprendo; pero es bueno. Y aquí le ofrezco la mano por segunda vez.
Con lo cual me extendió ambas manos diciendo que seguramente yo le había echado un sortilegio, puesto que podía perdonarme todo. Entonces se puso muy grave y me dijo que no teníamnos mucho tiempo de que disponer, sino que debíamos huir de aquel país: él, porque era un desertor, y toda la región de Apín sería registrada minuciosamente, y todo el mundo se vería obligado á dar estrecha cuenta de su persona; y yo, porque estaba envuelto en la historia del asesinato.
¡Oh!—exclamé queriendo darle una leccioncilla,— yo no tengo temor de la justicia de mi país.
—Como si éste fuera vuestro país,—me dijo.—Ó como si Vd. hubiera de ser juzgado aquí, en la tierra de los Stuarts !
—Todo es Escocia,—dije.
—Amigo, á veces. me sorprende Vd., dijo Alán.—El que ha sido asesinado es un Campobello. El asunto será juzgado en Inverara, la población más importante de