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HABLO CON ALÁN EN EL BOSQUE DE LETERMORE

la tierra de los Campobellos; con quince jurados, todos Campobellos, y el más prominente de todos ellos, el Duque de Argyle, dirigirá los procedimientos. ¿ Justicia, David?

La misma justicia en todo el mundo que Glenure halló hace poco al borde del camino.

Esto me asustó un poco, lo confieso, y me hubiera asustado más á haber conocido cuán cerca de la verdad estaban las predicciones de Alán; porque solo hubo exageración en el número de los jurados que fueron once Campobellos, aunque estando los otros cuatro bajo la dependencia del Duque de Argyle, el resultado venía á ser lo mismo. Sin embargo, grité que era una injusticia que se hacía al Duque que era un caballero cuerdo y honrado.

Bah! ¡ bah!—exclamó Alán, el hombre será lo que Vd. quiera, pero no se puede negar que es un buen jefe de su partido. Y que pensaría su gente si hay un Campobello muerto y á nadie se le ahorca por ello, á pesar de que su jefe es el Juez supremo del distrito?

Pero he observado, continuó Alán,—que en la tierra de Vd. no se forman una idea exacta de lo que es justo ó injusto.

Al oir esto me eché á reir, y con gran sorpresa mía Alán se rió de tan buena gana como yo.

—No, no,—prosiguió,—estamos en las Tierras Altas, David, y cuando yo le diga que corra, óigame Vd. y corra. No hay duda que es muy duro andar al escondite y padecer hambre entre los brezales, pero es peor caer en manos de las casacas rojas.

Le pregunté qué á dónde debíamos huir; y cuando me dijo que á mi país, á las Tierras Bajas, me hallé más in-