CAPÍTULO XX
LA HUIDA ENTRE LOS MATORRALES: LAS ROCAS
Á VECES andábamos; otras corríamos; y al acercarse la mañana andábamos menos y corríamos más. Aunque á primera vista el país parecía desierto, sin embargo había chozas y casas habitadas de las cuales pasamos más de veinte ocultas en lugares apartados. Cuando nos acercábamos á alguna, Alán se adelantaba, llamaba á la puerta y hablaba por la ventana con alguno, cuyo sueño había interrumpido, para comunicarle lo acontecido; porque en aquella región, parecía esto un deber tan ineludible que Alán tenía que llenarlo á pesar de estar huyendo para salvar la vida; y cumplido de tal modo por otros, que en la mitad de las casas á que llamó, tenían ya noticias del asesinato. En las otras, se recibió esa nueva con más consternación que sorpresa.
Á pesar de toda nuestra prisa, cuando comenzó á amanecer aun nos encontrábamos lejos de todo asilo, en un valle profundo, lleno de rocas por entre las cuales serpeaba un río y cercado de montañas donde ni hierbas ni árboles crecían. Los primores albores de la mañana nos mostraron aquel horrible lugar, y aun me parece ver á Alán frunciendo el entrecejo.177