tra la roca, que era obscura, podía facilmente escapar á las miradas de los que estaban al pie de la montaña.
Este era solo uno de los lugares en que se ocultaba Cluny, quien tenía, además, cavernas y cuartos subterráneos en varios puntos del país, y según las noticias de sus espías y centinelas avanzados, se movía de un lugar á otro á medida que los soldados se acercaban ó alejaban. Con este modo de vivir, y gracias al afecto de la gente de su grupo, no solo se había quedado todo este tiempo libre y en seguridad, mientras tantos otros habían tenido que huir ó habían sufrido la muerte al ser apresados, sino que se quedó aún cuatro ó cinco años más, y solo fué á Francia al fin, por orden expresa de su jefe. Allí falleció pronto, echando siempre de menos la jaula en el Ben Alder.
Cuando llegamos á la puerta, se hallaba sentado junto á su chimenea rocallosa, observando á un mozo que guisaba algo. Su traje era en extremo sencillo, tenía un gorro de noche que le cubría las orejas, y estaba fumando en una pipa. Á pesar de todo, sus modales y maneras eran las de un rey, y valía la pena ver cómo se levantó de su asiento y se adelantó á recibirnos.
—Sr. Stuart, pase Vd. adelante,—dijo,—y traiga Vd.
á su amigo, cuyo nombre aun no conozco.
¿Y cómo está Vd., Cluny?—pregunto Alán.—Espero que muy bien, señor. Y ahora, que tengo el gusto de ver á Vd., tengo también la honra de presentarle á mi amigo el Sr. de Shaws, David Balfour.
Alán nunca aludía á mis propiedades sin cierto acento burlón cuando estábamos solos; pero delante de personas extrañas, pronunciaba las palabras como un heraldo.