CAPÍTULO XXVIII
VOY EN BUSCA DE MI HERENCIA
En aquella habitación cambié mi apariencia cuanto pude; y mucho me complació el contemplarme en un espejo y ver que el mendigo harapiento había desaparecido, y que yo era otra vez David Balfour. Y sin embargo, me avergoncé del cambio y, sobre todo, de los vestidos prestados. Cuando hube terminado de lavarme y vestirme, el Sr. Rankeillor me felicitó y me hizo entrar en su gabinete de estudio.
—Siéntese Vd., Sr. David, me dijo, y ahora que Vd. se parece un poco más á sí mismo, quiero ver si puedo proporcionarle algunas noticias. Seguramente habrá Vd. pensado más de una vez acerca de las relaciones entre su padre y su tío. Pues bien, es una historia singular; y su explicación de tal naturaleza, que casi me abochorno de tener que contársela, porque se trata de un asunto amoroso.
—Verdaderamente,—dije, no puedo asociar esa idea con mi tío.
—Pero su tío, Sr. David, no siempre fué viejo,—replicó el abogado, y lo que acaso le sorprenderá á Vd., no siempre feo. Tenía buena presencia; cuando pasaba-