por la calle montado en fogoso caballo, la gente se detenía para contemplarle. Yo lo he visto con estos propios ojos, y le confieso á Vd. que no sin cierta envidia, porque yo era un hombre sencillo, hijo de un hombre también sencillo.
—Me parece un sueño,—dije.
—¡Ah!—replicó, eso es lo que pasa con la juventud y la vejez. Ni era eso todo, sino que tenía un espíritu que prometía grandes cosas para lo futuro. Así es que en 1715 se fugó para reunirse á los rebeldes, y fué su padre de Vd. quien corrió á su alcance y lo trajo á su casa, con gran regocijo de la población. Pero hablemos de otras cosas: ambos hermanos se enamoraron de una misma señorita. El Sr. Ebenezer, que era el más admirado y querido, y el niño mimado, se creyó seguro de la victoria; y cuando descubrió que se había engañado, chilló y grito como un pavo real. Todos lo oyeron; ora enfermo en casa, con toda la familia en torno de su lecho, anegada en lágrimas; ora yendo de una posada á otra y refiriendo su desgracia al primero que encontraba.
El padre de Vd., Sr. David, era un caballero excelente, pero muy débil, inmensamente débil. Tomó por lo serio la locura y simpleza de su hermano, y un díale cedió la dama. Pero ésta, que no tenía un pelo de boba (y de ella debe Vd. haber heredado el excelente buen sentido que le distingue), se negó á consentir en el traspaso. Ambos se arrodillaron ante la muchacha y ambos fueron puestos en la puerta de la calle por pronta providencia. Esto fué en Agosto, el mismo salí del colegio. La escena debió ser altamente año que cómica.