CAPÍTULO XXIX
LLEGO Á MI REINO
DURANTE mucho tiempo estuvo Alán golpeando la puerta. Al fin, pude oir el ruido de una ventana que se abría suavemente, y conocí que mi tío había venido á su observatorio. Á la luz de la escasa claridad que reinaba, podía precibirse á Alán, en pie, como una sombra espesa en los escalones: los tres testigos estábamos ocultos fuera del alcance de la vista de mi tío; de modo que en lo que éste vió, no había nada que debiera alarmar á un hombre honrado y en su propia casa. Á pesar de todo, estudió á Alán en silencio un rato, y cuando al fin habló, su voz parecía la de un hombre algo receloso.
— Qué esto?—dijo.— Esta no es hora en que las personas decentes vienen á molestar á uno: yo no tengo tratos con nadie á semejante hora de la noche. ¿ Qué quiere Vd.? Aquí tengo un arcabuz.
—¿Es Vd. el Sr. Balfour?—replico Alán, echando un pie atrás y mirando hacia arriba.—Tenga Vd. cuidado con ese arcabuz; mire Vd. que puede reventar.
—¿Qué quiere Vd.? y ¿ quién es Vd.?—dijo mi tío incómodo.
—Yo no acostumbro dar mi nombre en un camino,-