fuí á abrir, y hallé á un muchacho á medio desarrollar vestido de marinero. Tan pronto como me vió se puso á bailar, haciendo castañetear los dedos y moviendo los pies á compás. Á pesar de todo, estaba amoratado de frío; y había en su rostro una mezcla de lágrimas y sonrisas, que era altamente patético y cuadraba mal con la alegría de su baile.
Buenos días! señor,—me dijo con voz cascada.
Le pregunté qué era lo que deseaba.
—¿Lo que deseo?—dijo, y entonces empezó á cantar: Porque es mi deseo, Y es mi alegría, En noche brillante, Si serena, fría.
—Bueno,—le dije, si Vd. no quiere nada me veré precisado á cerrar la puerta.
—¡ Deteneos, hermano!—exclamó. No le divierte á Vd. eso, ó desea que me castiguen? Aquí traigo una carta para el Sr. Balfour; y tengo que agregar que me muero de hambre.
—Bien, le dije,—entre Vd. en la casa y tendrá algo que comer.
Y diciendo esto le hice entrar y le senté en mi puesto, donde puede decirse que devoró los restos del almuerzo, guiñándome el ojo de cuando en cuando y haciendo muchos visajes. Entretanto mi tío había leído la carta, y quedó pensativo; luego, poniéndose en pie de repente lleno de la mayor animación, me llevó aparte á un rincón del cuarto.
—Lee esto, me dijo entregándome la carta.