—Yo no soy ningún mágico, Sr. Riach,—dijo el capitán.
—Permítame que le diga que Vd. tiene una cabeza para pensar y una lengua para preguntar; pero no deseo dejarle pretexto ninguno para excusas: quiero que se saque á este muchacho de esta agujero y se le lleve al castillo de proa.
—Lo que Vd. desea, es cosa que á Vd. no le concierne ni á nadie, replicó el capitán ;—pero le diré lo que hay en el particular. El muchacho está aquí, y aquí se quedará.
—Admitiendo que á Vd. se le haya pagado para eso, —dijo el otro,—permítame que le diga que á mí, no.
Se me paga, y no mucho, como segundo piloto de esta vieja carrancla; y Vd. sabe perfectamente si hago cuanto puedo para ganar mi dinero; pero no se me paga para otras cosas.
Y si no se mezclara en lo que no le importa, Sr.
Riach, no tendría queja alguna acerca de Vd.,—dijo el capitán; y por tanto, en vez de hablarle en enigmas, le diré pura y simplemente que Vd. no tiene nada que ver en este asunto. Hacemos falta en la cubierta,agregó con tono decidido y puso un pie en la escalera.
Pero el Sr. Riach le asió de la manga.
—Admitiendo que Vd. haya sido pagado para cometer un asesinato, comenzó.
El capitán se volvió hacia él con una mirada amenazadora.
—¿ Qué es eso?―preguntó.—¿ Qué modo de hablar es ese?
parece que es un modo de hablar que Vd. com— —Me