perdido su bote, y se vió obligado á servir de marinero.
Aunque han pasado muchos años, su recuerdo no se ha borrado de mi memoria. Su joven esposa esperó en vano la vuelta de su marido: nunca más hará él la lumbre por la mañana, ni cuidará del niño cuando ella esté enferma.
En realidad, muchos de estos pobres diablos (como lo probaron los acontecimientos) se hallaban en su último viaje: las profundidades del mar les sirve de tumba, y no se debe hablar mal de los muertos.
Entre otras muchas buenas cosas que hicieron, no fué pequeña la de devolverme el dinero mío que se habían repartido entre ellos; y aunque faltaba como un tercio, me alegré de recobrarlo y me prometí que me serviría de mucho en el país á donde iba. El buque navegaba con dirección á las Carolinas, y no supongáis que iba á aquel lugar como un simple desterrado. El comercio que se hacía con aquella colonia no era mucho; pero en esos tiempos de mi juventud aun se vendían hombres blancos como esclavos para las haciendas, y tal era el destino á que me había condenado mi perverso tío.
El mozo de cámara Ransome (que fué el primero que me informó de estas atrocidades), solía venir de cuando en cuando de la cámara donde dormía y servía, ya curándose con silencioso dolor una pierna lastimada, ya tronando contra la crueldad del Sr. Suan. Mi corazón manaba sangre ante ese espectáculo; pero los hombres respetaban mucho al primer piloto quien, como decían, era "el único marino en toda la banda, y no tan mal hombre cuando no había bebido." Y en realidad, hallé que había una extraña peculiaridad en nuestros dos pilotos, pues el Sr. Riach era taciturno, adusto y duro cuando