la cámnara de un bergantín mercante, pues tenía un sombrero con plumas, un chaleco rojo, pantalones de terciopelo negro y una levita con botones de plata y hermoso galón del mismo metal: costoso traje, aunque un tanto estropeado por la húmeda neblina y por haber dormido con él.
—Siento mucho lo del bote, señor,—dijo el capi—
tán.
— Hay algunos hombres que se han ahogado,—dijo el extranjero, que preferiría ver de nuevo en tierra aunque se perdieran dos docenas de botes.
—» Amigos de Vd?—preguntó el capitán.
—No tiene Vd. tales amigos en su país,—fué la respuesta. Habrían muerto por mí sin vacilar.
—Bueno, —dijo el capitán sin quitarle los ojos de encima, hay en el mundo más hombres que botes que los contengan.
—Y eso también es cierto,—exclamó el otro, y parece que es Vd. un caballero de mucha penetración.
He estado en Francia,—dijo el capitán; lo que me pareció que quería decir mucho más de lo que las palabras expresaban por sí solas.
—Bien,—dijo el extranjero, y también otros muchos hombres han estado en Francia, si de eso se trata.
—No hay duda,—replicó el capitán, y también con hermosos trajes.
¡Hola!—dijo el extranjero,—esas tenemos?
Y echó con rapidez mano á las pistolas.
—No sea Vd. tan violento, dijo el capitán.—No haga nada malo, mientras no vea la necesidad de ello.
Vd. tiene un uniforme francés y una lengua escocesa;