no fuera bastante, tenía bajo su chaleco un cinturón lleno de monedas de oro. Cualesquiera que fueran mis opiniones no podía menos que mirar con interés á aquel hombre.
—i De modo que Vd. es un Jacobita ?―le pregunté cuando le serví la cena.
—Sí,—dijo empezando á comer.—Y Vd., á juzgar por su rostro, debe de ser un Whig ? —Casi, casi,—respondí para no molestarle, porque en realidad yo era tan buen Whig como el Sr. Campobello pudo hacerme.
—Y eso no es nada,—dijo.—Pero Sr. Casi—Casi,agregó, esta botella está vacía; y es duro pagar sesenta libras y que le escatimen á uno un trago.
—Yo iré á buscar la llave, dije y salí.
La niebla estaba tan espesa como antes, pero la marejada había casi cesado, y aún había algunos marineros al acecho de rompientes. En cuanto al capitán y los dos pilotos estaban en el combés en consulta. No sé por qué me pareció que á nada bueno se encaminaba su conciliábulo, y la primera palabra que oí al aproximarme en silencio, me confirmó en mi sospecha.
Era el Sr. Riach que exclamaba como si una idea repentina se hubiera apoderado de él.
— No podríamos hacerle salir de la cámara ?
—Es mejor que se quede en ella,—dijo el capitán,pues no tendrá espacio para usar su espada.
Whig ó Whigamore era el apodo que se daba vulgarmente á los partidarios del Rey Jorge de Inglaterra, en oposición á los partidarios de Jacobo, el último pretendiente Estuardo, que se titulaban Jacobitas.