—Es verdad, —replicó Riach,—pero no es fácil acercársele.
— Chit !—exclamó el capitán.—Haremos hablar al hombre, nos pondremos uno á cada lado, y lo asiremos cada uno por un brazo; y si este plan no es bueno, podremos entrar de repente por las dos puertas y apoderarnos de su persona antes de que tenga tiempo de desenvainar la espada.
Al oir esto se apoderó de mí una mezcla de cólera y de temor contra estos hombres traicioneros, codiciosos y sanguinarios con quienes estaba viajando. Mi primer impulso fué echar á correr; el segundo fué más animoso.
—Capitán,—dije,—el caballero quiere beber un trago, y la botella está vacía. Quiere Vd. darme la llave?
Todos se sobresaltaron y volvieron la cabeza.
—¡Ah!—exclamó Riach,—he aquí una oportunidad de conseguir las armas de fuego. Y luego,—dirigiéndose á mí, dijo: —David, ¿sabes tú dónde están las armas de fuego?
—Sí,—dijo el capitán, David lo sabe, David es un buen muchacho. Mira, David, ese hombre es un peligro para el buque, además de ser un enemigo mortal del Rey Jorge, que Dios bendiga.
Jamás había sido yo tan Davideado desde que estaba abordo; pero dije que sí, como si todo lo que había oído fuera lo más natural del mundo.
—La dificultad estriba, continuó el capitán, en que todas nuestras armas de fuego están en la cámara al alcance de este hombre, así como la pólvora. Ahora bien, si yo ó alguno de Vds. entrare allí y las sacara, le daría qué pensar. Pero un muchacho como tú, David,