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VIII
PRÓLOGO.

¿cómo ha de presentarse inerme ante ella el apologista católico? ¿cómo puede ignorar lo que supieron y especularon los antiguos?

Y añade San Basilio con el delicado instinto de las cosas bellas, que le acompaña siempre: «Verdad es que en el árbol lo principal que buscamos es el fruto, y por él llamamos al árbol bueno ó malo. Pero ¡cuánta hermosura no le acrecientan las hojas y los ramos! Así, la verdad es el fruto principal del alma, pero ¡cómo le realzan las flores de la erudicion y de la sabiduría!» Y á mayor abundamiento cita el mismo Padre los ejemplos de Moisés y de Daniel, doctísimos en la ciencia de los egipcios y en la de los caldeos.

Cierto que la lectura de los paganos ofrece inconvenientes y peligros, como todas las cosas en el mundo, pero ni tantos ni tales como imaginan los que nunca los han leido. Creer que el arte de la antigüedad está reducido á las Vénus de la decadencia, á los poetas eróticos y á las novelas de Petronio y Apuleyo, arguye ignorancia tan crasa que más provoca á indignacion que á risa. ¡Pluguiera á Dios que la literatura de las épocas y pueblos tenidos por más cristianos estuviera tan libre y exenta de manchas é impurezas morales, como el arte religioso, severo y profundo de los cuatro más grandes poetas helénicos: Homero, Píndaro, Esquilo y Sófocles! ¡Pluguiera á Dios que abundasen en las sociedades modernas filósofos como Aristóteles, moralistas como Epicteto y Marco Aurelio! Realmente no hay para qué lamentarse de la perversion