y me transportó en espíritu al cementerio. Y pensando que mi Señor era el difunto Elormie, suspiré por él que estaba delante de mi: ¡oh yo soy dichosa ahora!
Así fueron pronunciadas las palabras, y así fué empeñado el juramento. Y aunque mi fé se haya apagado, y aunque mi corazón llegue a quebrarse, he ahí la dorada prenda que prueba que soy dichosa siempre.
¡Quiera Dios que pueda despertar! Porque sueño no sé cómo. Y mi alma se agita dolorosamente en el temor de haber hecho mal, en el temor de llegar a saber que el muerto abandonado no es feliz ahora.
EL COLISEO
¡Símbolo de la Roma antigua! ¡Suntuoso relicario de sublimes contemplaciones legadas al tiempo por difuntos siglos de pompa y de poderío!! Al fín, después de tantos días de fatigante peregrinaje y de ardiente sed,—sed de corrientes de la ciencia que yace en ti,—yo, hombre transformado, me arrodillo humildemente en-