demanda sangrientas hecatombes; si no conociéramos el vilísimo egoismo que hace necesario este culto de sangre, tal vez pudiéramos decir que, en nuestros dias, no alcanza ninguna colonia su carta de emancipacion sin haber probado su temple y su vigor para lidiar, vencer y conquistarla; es decir, sin que acredite su derecho que en este caso es, rigorosamente, su fuerza.
Amaneció el dia homérico de 1810; y nuestros gloriosos padres lidiaron, vencieron y sellaron la acta inmortal que agregó diez naciones al plano geográfico del mundo. De entonces hemos visto contar la era de las nuevas sociedades americanas, sin duda predestinadas por las leyes de la humanidad á reasumir una civilizacion mas completa que la que hoy conoce la tierra. Pero cuenta que nacer no es formarse: que hay un periodo de embrion, de incertidumbre, de vacilacion, entre el primer vagido del niño y la primera palabra del hombre; periodo de estravío, delirio, de crímen tambien, si el freno de una educacion acertada ó la pujanza del génio, no ponen á raya los fogosos impetus de la juventud inesperta y ardiente.
Las cuestiones, pues, de que nos ocupamos vienen á encerrarse en esta pregunta: —¿han alcanzado las nuevas sociedades americanas aquel momento en que las facciones mudables, oscilantes del niño, se pronuncian y toman los rasgos que han de distinguir la fisonomía del adulto?— Con solo contar los dias que nos separan del dia