la indocilidad de nuestros caballos que han conocido la libertad y como que luchan con las bridas que los sujetan, la apostura de nuestros ágiles ginetes, sus especiales vestiduras, las armas de que se sirven; esas luchas en que inespertos ciudadanos que llevaban el pecho descubierto, alzaban por despojos, en la punta de la lanza, petos abollados, relucientes cimeras y estandartes, en cuyos dominios siempre habia sol que los alumbrase, y que iban á encerrarse vencidos en un pedazo de Europa! — Escenas que no se parecian á ningunas otras; victorias conseguidas rompiendo audazmente las leyes estratéjicas, mas importantes, sin duda, que las leyes de la poesia académica á que se sacrificaban las altísimas y nuevas inspiraciones que debia producir un drama de tanta altura v novedad.
Narramos un hecho, y no queremos—ni como quererlo! — negar la nacionalidad relativa de los férvidos cantores de la guerra de la Independencia: suyas son esas cintas celestes y blancas que coronan las liras de Varela, de Lopez, de Lafinur, de Hidalgo, de Luca; sus himnos durarán tanto como el recuerdo perenal del Cerrito, de Maipú, de Chacabuco, de Ituzaingó; y decimos esto para acreditar nuestro sincero respeto á los nombres que invocamos, nosotros, hombres de ayer, que no hemos llevado una piedra al edificio de la Patria, ni agregado una hoja á su corona.
Mientras que el arte seguia este camino entre