que está en la índole de toda parcialidad exagerada —casi todos lo son por desgracia— no poseer sino verdades incompletas y mescladas con el error. Tenían razón los llamados clásicos en sostener algunas reglas, que serán tan eternas como la fábrica del mundo, por que están tomadas de la invariable naturaleza; y teníanla los románticos en despedazar preceptos y clasificaciones mudables por su carácter de convencion y especialidad, y destinados á renovarse y perfeccionarse con la sociedad.
Pero en esas horas no se discute, se pelea: para meditar y razonar, es menester detenerse y recojer el ánimo, y el que se detiene es derribado en el polvo por las ruedas del carro revolucionario. Esta es una ley constante de todas las revoluciones: los estremos se acercan en esos momentos calorosos, porque se anda el camino á paso de ataque y, en el ansia de la victoria, las distancias vencidas se encojen y nunca se cuenta haber avanzado bastante.
Sin embargo, el triunfo de los novadores era un hecho que debia consumarse, porque habian tomado por su cuenta satisfacer necesidades verdaderas que sus enemigos desconocian ó despreciaban: es decir, era en su orígen una lejítima revolucion y no uno de esos miserables motines, hijos de la pasión, estrechos como ella, que suelen escandalizar al mundo con sus alaridos impotentes. Pero había llegado mas allá de su objeto,