Cuando se estingue asi una inteligencia superior, se mezcla á nuestros tristísimos dolores los que debe haber sufrido el pobre moribundo. Lloramos por él con el llanto que derramamos por la patria, y por mas que adoramos los altos decretos del que todo lo dispone, cuando vemos que se nos arrebatan tantas esperanzas aun en flor; cuando muere uno de estos hombres puros, que ni siquiera ha salpicado el lodo de los partidos, y que se anunciaban como apóstoles de mejores dias y de glorias mas tranquilas que las que nosotros alcanzamos, nos parece, según la espresion del célebre lírico de nuestros dias, que se nos arrebata una parte de nuestro porvenir; y entonces solo lanzamos un grito de desesperación.
Y no es mas que este grito desesperado lo que podemos ofrecer, en este momento, sobre la tumba que acaba de abrirse para recibir á nuestro amigo Adolfo Berro.
Joven poeta de veinte y tres años, miembro distinguidísimo de esa porción de la juventud nacional que honra nuestros estudios de derecho; hombre de corazon noble y de inteligencia elevada; de carácter suave y lleno de virtudes y talentos que realzaba con una modestia tan apreciable como poco comun, era Adolfo Berro una de las mas bellas y fundadas esperanzas de la República— Su patria, su familia, sus amigos, nunca lo llorarán bastante.
El sincero dolor que nos ha dominado, al saber