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Página:Poesías de don Mariano Melgar (1878).pdf/144

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Bien claro está, su vida era holgazana.
Seguian otros dilatada guerra
En Troya; al rededor de sus murallas
Todas las fruerzas griegas se apostaron:
Y aunque Egisto quisiera tomar armas
No habia contra quien; ni en Argos hubo
Para ocupar el foro alguna causa.
Con que hizo aquello solo, que podía,
Se dedicó á querer, por no hacer nada,
Que así amor nace, y así amor crece.
Tambien el campo y su cultivo halagan,
Cualquier cuidado cede á este cuidado,
Anda, pues, á tu campo, y uncir manda
Los avezados bueyes, y que corten
Con el arado corvo la campaña.
En los surcos entierra el don de Ceres,
Y saca con usura tu ganancia.
Mira el ramo vencido con los frutos,
Que el cebo que ha nutrido apénas carga;
Mira el arroyo, que anda murmurando;
Mira á la oveja despuntar la grama:
Más allá vé á las cabras saltadoras,
Trepando por las rocas elevadas.
Ya traerán á los tiernos cabritillos
Sus anchas ubres leche en abundancia;
Vé al pastor, que acompaña sus canciones
Con dulce silvador é impares cañas,
Y en torno de él sus perros retozando,
Que de su compañía no se apartan:
Oye allá susurrar la espesa selva,
Por los inquietos vientos agitada;
Oye cómo llamando al becerrillo