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pecto, solamente he tratado de igualar las cosas, y sostengo aún que lo son.

¿Diréis que el término de la virtud es infinitamente superior al del amor? ¿Quién io niega?

¿Pero se trata ahora de eso? ¿No se trata de la fuerza que una y otra tienen para hacer llevaderos los dolores? Juzguemos por los efectos: ¡cuántos desertores encontraréis de la severa virtud y qué pocos del amor!

Seguramente me contestaréis aún que si hay trabajos en el ejercicio del bien, no son infalibles y necesarios; que ya no hay tiranos, ni cruces, y que se ve multitud de gentes virtuosas que llevan una vida apacible y tranquila. Pero yo os diré también que hay mil amores tranquilos y afortunados, y una cosa más en favor mío—añadiré que el amor, aun cuando algunas veces engaña, sólo produce satisfacciones y alegrías, mientras que la religión quiere que las gentes se atengan a prácticas tristes y mortificantes.

No os alarméis—añadí, viendo que su fervor estaba a punto de escandalizarse. La única conclusión que quiero sacar de esto es que no hay peor sistema para conseguir que un corazón reniegue del amor que negar las alegrías que proporciona y pintarle más satisfacciones en el ejercicio de la virtud. Siendo como somos, es seguro que nuestra felicidad consiste en el placer; desafío a quien tenga otra idea de ella; y, naturalmente, el corazón no tiene que escucharse mucho para comprender que, de todos los placeres, los más ky by