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tremo opuesto de la puerta, dijele que me era imposible permanecer más tiempo en San Lázaro; que la noche era una hora propicia para salir sin ser visto, y que esperaba de su bondad que consentiría en abrirme las puertas o me prestaría las llaves para abrirlas yo mismo.

Aquella cortesía debió sorprenderle. Se quedó un rato mirándome sin responderme. Como yo no tenía tiempo que perder, volví a tomar la palabra para decirle que le estaba muy agradecido por todas sus bondades; pero que como la libertad era el más codiciado de todos los bienes, sobre todo para mí, a quien se la habían quitado injustamente, estaba resuelto a procurármela aquella misma noche, costase lo que costase. Y temiendo que se le ocurriera levantar la voz para pedir socorro, le mostré un argumento poderoso de silencio, que escondía bajo mi casaca. "Una pistola!—me dijo—. Hijo mío, ¿queréis quitarme la vida en agradecimiento a la consideración que os he tenido?" "Dios no lo quiera—repuse. Tenéis demasiado entendimiento para ponerme en ese trance; pero quiero verme libre, y tan decidido estoy a ello, que, si no lo consigo por culpa vuestra, podéis contaros con los muertos." "Pero, hijo mío—replicó él, pálido y ate morizado, ¿qué os he hecho yo? ¿Qué razón tenéis para querer mi muerte?" "No—repuse impaciente, si no tengo intención de mataros; si que réis vivir, abridme la puerta, y seré el mejor de vuestros amigos." Vi las llaves, que estaban sobre izally