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fuerza de mi sino, que me arrastraba a la perdición, no me permitieron dudar un momento de mi respuesta. Juréla que si ella quería confiar en mi honor y en la ternura infinita que me inspiraba, dedicaría mi vida a librarla de la tiranía de sus padres y a hacerla dichosa, añadiendo otras mil razones para convencerla.

Me he asombrado mil veces después, al reflexionar sobre esto, de mi atrevimiento y de mi facilidad de expresión; pero no se juzgaría una divinidad el amor si a menudo no obrase tales prodigios.

Mi bella desconocida sabía perfectamente que a mi edad no se engaña; me confesó que si encontrase algún medio para conseguir ponerla en libertad, ella creería deberme algo más precioso que la vida. Le repití que estaba dispuesto a intentarlo todo; pero como mi poca experiencia no me procuraba de momento los medios necesarios para servirla, ateníame a esta seguridad general, que no era una gran ayuda ni para ella ni para mí. Su viejo Argos se reunió a nosotros. Todas mis esperanzas hubieran ido por tierra si ella no hubiese tenido bastante ingenio para suplir a la esterilidad del mío. Sorprendióme que, a la llegada de su acompañante, me llamase primo, y que, sin demostrar el más mínimo azoramiento, me dijese que puesto que había tenido la suerte de encontrarme en Amiens, dejaba para el día siguiente su entrada en el convento, a fin de procurarse el placer de comer conmigo. En seguida comprenSay