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vina el haberme acordado tan a tiempo de Tibergo, y resolví buscar el medio de verle antes de acabar el día. Volví en seguida a casa, para escribirle dos letras e indicarle un sitio a propósito para nuestra entrevista. Le recomendé el silencio y la discreción como uno de los mayores servicios que podía prestarme en la situación en que me hallaba.

La alegría que me inspiraba la esperanza de verle borró las huellas de la pesadumbre que Manon habría advertido seguramente en mi rostro.

Hablé de nuestra desgracia de Chaillot como de una bagatela que no debía alarmarla, y siendo París el sitio en que se hallaba más contenta, no le molestó nada oirme decir que convenía permanecer en él hasta que en Chaillot se hiciesen las reparaciones de los desperfectos producidos por el incendio.

Una hora después recibí la respuesta de Tibergo, prometiéndome ir al lugar de la cita. Acudí impaciente. Sin embargo, me avergonzaba un poco aparecer ante un amigo cuya sola presencia habría de ser un reproche de mis desórdenes; pero el concepto que tenía de la bondad de su corazón y el interés de Manon sostuvieron mi osadía.

Yo le había rogado que fuese al jardín del Palais Royal. Llegó antes que yo. En cuanto me vió acercóse a abrazarme; me tuvo mucho rato estrechándome entre sus brazos, y sentí que sus lágrimas humedecían mi rostro. Le dije que me presentaba ante él lleno de confusión, y que en el fondo y bathy MANON