rios de que se sirvieron los historiadores; pero es muy cierto que no se publicaron nunca.
§ XXV. Podría suponerse que nuestro manuscrito es el mismo que presentó el autor al gran maestre de Rodas, porque está bastante bien escrito, en caracteres de la escritura llamada entonces cancilleresca,[1] en buen papel, en folio menor; los mapas están iluminados, y está apropiadamente encuadernado. Podría creerse también que es la copia que ofreció al papa, pues, según dice Paulo Jovio, Pigafetta (al que por error llama Jerónimo) le ofreció, tanto por escrito como en pintura, las cosas más notables de los países que había visitado.[2] Añádase a esto que nuestro sabio bibliotecario Sassi, quien en 1712 hizo el catálogo de nuestros manuscritos, escribió en la portada de éste: «Es, quizás, el original.» Sin embargo, a pesar de todas estas conjeturas, opino que nuestro manuscrito no es mas que alguna de las copias que fueron presentadas a las personas ilustres de que acabamos de hablar. He aquí en lo que fundamento mi opinión:
1.° En la portada, y a la cabeza de la epístola dedicatoria, el nombre del autor está escrito Pigafeta; al final de la carta se lee Pigapheta, y al fin del Tratado de navegación pone Pigaphetta.
2.° El manuscrito está tan plagado de faltas de ortografía, de lenguaje, de sintaxis y de lógica, que frecuentemente no tiene sentido ninguno, como podrá juzgarse por los pasajes que algunas veces citaré en las notas.
3.° Un tercio del volumen está en blanco, lo que hace sospechar que esta copia estaba destinada a algún aficionado que deseaba añadir otras cosas, y que