El divino Fundador de la Iglesia ha confiado a Pedro, Príncipe de los Apóstoles, unido a Dios por una fe inmune a todos los errores[1], como «cabeza del coro apostólico»[2] y maestro y guía de todos los hombres[3], la misión de alimentar al rebaño de Aquel que fundó[4] su Iglesia sobre la autoridad del magisterio visible, perpetuo y seguro[5] del propio Pedro y sus sucesores. La comunión de la fe católica y de la caridad cristiana debe descansar sobre esta roca mística, es decir, sobre los cimientos de todo el edificio de la Iglesia[6], como en un eje y un centro.
Que el singular oficio de la Primacía conferido a Pedro es extenderse por todas partes, y defender el tesoro de la caridad y la fe en todos los hombres, esACTA, vol XII, n. 12 - 2-II-920