Página:Prosa por José Rizal (JRNCC, 1961).pdf/63

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
53

—De ningún modo, contesté.

—Ten cuidado, Minang, —exclamó la abuela,— con jugar con las mariposas.

—Las he envuelto, abuela. —Y dirigiéndose a mí: —¿es verdad, añadió, que estas hermosísimas alas ciegan con sus polvos?

—Pudiera muy bien ser; pero la naturaleza nos ha dotado de pestañas que ahuyentan las moléculas nocivas. Y sobre todo cuando se tienen las pestañas muy largas puede una estar segura contra todo daño.

Y le ofrecí el coco o mejor dicho el agua virgen fresca contenida en aquel vaso obra de la naturaleza.

Ella lo ofreció a su abuela quien le dió las gracias. Me suplicó que tomára a lo que no accedí, ni lo hice sino después de ella.

Íbamos hablando si no familiarmente al menos con soltura y con franqueza, tan es así que la abuela nos miraba de rato en rato con un aire que quería decir: ¡Qué pronto se hacen amigos estos jóvenes!

¡Y tenía razon! No hay como la niñez o la juventud para trabar amistades. Cualquiera diría que en esa edad los corazones están tan llenos de confianza y afectuosos sentimientos que al instante se derraman al menor contacto. Embarcaos si no en esos grandes vapores que hacen largos viajes tocando por diferentes puntos. Allí veréis hombres y mujeres de todas las razas y naciones, oiréis hablar por todas partes, francés, inglés, español, alemán, italiano etc. Desde el primer día, los niños que no creen pertenecer a ninguna bandera y se creen ciudadanos del mundo, se reunen, juegan juntos, corren, gritan y alborotan y si se extrañan de que no se entiendan en su idioma emplean otro (medio) universal cual es el de la alegría y del corazón. ¡Los jóvenes ay! imitadores ya de los hombres dejan pasar algunos días y sus amistades son más o menos estrechas según se entiendan más o menos o se ven más o menos simpáticas. En cambio para que los hombres se comuniquen se necesita un azar u otro hombre que les ponga en contacto constituyéndose para uno el fiador del otro, que responde de la honradez del presentado. ¡Son hombres y tienen derecho de recelarse mutuamente!

Volviendo pues a la inquieta mirada de la abuela, digo que me sentí un poquito cortado, mucho más cuando con-