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QUO VADIS

cio.—Más de una vez me ha parecido que tú y yo nos ha llábamos bajo su influjo.

—¿Si te dirigieras por ejemplo á los sacerdotes de Serapis? Entre ellos, como sucede siempre con los de su casta, existen embaucadores, pero los hay también que han llegado á descubrir secretos admirables.

Esto lo dijo, empero, sin el menor asomo de convicción y con voz insegura, porque él mismo comprendía cuán vano y hasta ridículo debía parecer ese consejo al emanar de sus labios.

Vinicio se pasó la mano por la frente y dijo: —Encantamientos! Yo he conocido hechiceros que apelaban al influjo de poderes desconocidos y subterráneos, en su provecho personal, y los he visto asimismo emplear esas armas en perjuicio de sus enemigos. Pero, estos cristianos viven en pobreza, perdonan á sus malquerientes, predican la sumisión, la virtud y la misericordia: ¿cuál provecho podrían, pues, reportar de los encantamientos, y para qué habrían de recurrir á ellos?

A Petronio contrariábale visiblemente el haber de confesarse á sí mismo que con toda la sutileza de que se hallaba dotado, no tenía respuesta alguna que dar á esta pregunta.

Y no deseando hacer patente su contrariedad dijo por contestar algo: —Es una secta nueva.

Y un momento después agregó: —¡Por la divina moradora de las arboledas de Pafos, cómo acaba la vida todo eso! Tú admiras la bondad y la virtud de esos cristianos; más yo te digo que los conceptúo malas gentes, porque son enemigos de la vida, al igual de las enfermedades y la muerte.

En el estado actual de las cosas, tenemos ya demasiados enemigos de esa índole; no necesitamos, pues, que vengan á juntarse á ellos los cristianos. Ponte á contarlos: las enfermedades, el César, Tigelino, la poesía cesárea, zapateros