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QUO VADIS

cuanto había en ambos lados de esa Vía, se hallaba convertido en multitud de campamentos.

En el templo de Marta, que se alzaba cerca de la Porta Apia, la multitud habia derribado las puertas á fin de refugiarse en el interior durante la noche. En el cementerio, apoderábanse de los más grandes monumentos y se daban en defensa de su posesión verdaderas batallas, llevadas hasta el derramamienlo de sangre.

Ustrino, con su desorden, daba apenas una pálida idea de lo que ocurría á la sazón dentro de los muros de la capital.

Había cesado toda consideración por la magestad de la ley, por los lazos de la familia, por la diferencia de posición.

Gladiadores embriagados con el vino saqueado en el Emporium (Mercado) se reunían en cuadrillas y recorrían dando salvajes gritos en las plazas circunvecinas, formando tumultos y disolviendo grupos de gente para maltratarla y robarla. Una multitud de bárbaros, destinados á ser vendidos en la ciudad, se habían escapado de las barracas en donde se les exhibía. Para ellos con el incendio y la ruina de Roma terminaba su esclavitud y sonaba á la vez la hora de su venganza; de manera que cuando los ciudadanos que habían perdido en la catástrofe todo cuanto poseían, extendían desesperados los brazos á los dioses en demanda de auxilio, estos esclavos, dando alaridos de feroz alegría, disolvían á empellones los grupos, despojaban de sus vestidos á las personas y arrancaban robandose á las mujeres jóvenes. Uníanse á ellos en esta faena infame, multitud de esclavos que habían servido desde ha cía tiempo en la ciudad, desarrapados que nada llevaban encima, excepto unos ceñidores de lana, siniestras cataduras de callejuela y encrucijada, que muy raras veces dejábanse ver de día claro por las calles, y cuya existencia en Roma no era fácil adívinar.

Los hombres de esta desenfrenada y bárbara turba, ger-