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QUO VADIS

manos, griegos, asiáticos, africanos, tracios, britanos, vociferaban en todas las lenguas de la tierra y desahogaban su ira brutal, creyendo llegada por fin la hora en que se verían libres y en situación de tomar venganza por sus largos años de miseria y sufrimientos.

En medio de aquella embravecida tropa, á la luz del día y á los siniestros fulgores del incendio brillaban los yelmos de los pretorianos,—bajo cuyo amparo habíanse colocado los habitantes pacificos,—y quienes en constante lucha cuerpo á cuerpo, velanse obligados á rechazar en muchos puntos á la furiosa multitud.

Vinicio habíase hallado presente en asaltos y tomas de pueblos, mas nunca habían contemplado sus ojos un espectáculo semejante, en el que la desesperación, las lágrimas y los alaridos de dolor, los gritos de salvaje alegría, la locura, el furor y un desenfrenado desbordamiento se mezclaran y confundieran en el más inconmensurable caos.

Y por sobre esta multitud desatentada y jadeante, crepitaba el fuego, extendiéndose devorador hasta la cumbre de las colinas de la más grande ciudad del orbe, envolviendo á sus arremolinados y despavoridos habitantes en su hálito de infierno y cubriéndolos de un humo espeso que entenebrecía el azul del firmamento.

El joven tribuno, por virtud de supremos esfuerzos y exponiendo su vida á cada instante, logró al fin llegar hasta la Puerta Apia; pero allí vió que no podía penetrar á la ciudad al través de la Puerta Capena, no solamente por la obstrucción de las turbas, sino también á causa del terrible calor que incendiaba la atmósfera dentro de la puerta.

Además, el puente situado en la Puerta Trigemina, frente al templo de la Bona Dea, (1) ya no existía, de manera que todo aquel que intentase atravesar el Tiber veia(1) La Diosa Bona, llamada también Fatua y Fauna.