—Señor,—gimió Vinicio estrechando con más fuerza los pies del anciano;—Señor, yo soy tan sólo un mísero gusano; pero tú has conocido á Cristo. Implora tú su piedad, ruega tú también por ella!
Y el dolor hacía que se extremeciera su cuerpo como una hoja, y hundía en tierra la cabeza; y teniendo fe en el poder del Apóstol, creía que solamente él alcanzaría la salvación de Ligia.
Pedro sintióse conmovido ante aquel dolor.
Y recordó á la sazón cómo también Ligia un d'a, desesperada por la implacable severidad de Crispo, habíase echado á sus pies de manera semejante, á implorar su compasión.
Y Pedro la había alzado del suelo y confortado su alma.
Hizo ahora lo propio con Vinicio y le dijo: —Hijo mío, rogaré por ella; pero ten presente lo que dije á los que dudaban: que el mismo Dios hubo de apurar los tormentos de la cruz; y recuerda que después de esta vida, empieza otra, la vida eterna.
—¡Lo sé, lo he oído!—contestó Vinicio, tomando aliento; pero, señor tú ya ves que yo no puedo!... Si hay necesidad de sangre, implora tú á Cristo que haga correr la mía: yo soy un soldado. ¡Que El duplique ó triplique el tormento destinado á ella; yo lo sufriré; pero, que ella se salve!
No es más que una niña, y El tiene más poder que el César; sí, yo lo creo más poderoso! ¡Tú mismo la has amado; tú nos has bendecidol ¡Ella es una niña inocente y pural Y de nuevo postróse á los pies de Pedro, y apegando á sus rodillas el rostro, repitió: —¡Tú has conocido á Cristo, señor; tú le has conocido!
¡El atenderá tu súplica! ¡Ruega por ella!
Pedro entornó los ojos y empezó á orar con fervor.
De nuevo cruzaron el horizonte algunos relámpagos estivales.