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QUO VADIS

Petronio habéis podido libertarla de la prisión, ¿quién lo podrá?—dijo al cabo de algunos instantes.

— Solamente Cristo.

Y ambos guardaron silencio.

—Cristo ha podido salvar á todos los cristianos,—pensó el ligur en lo íntimo de su sencillo pecho; mas, puesto que no los salva, claro está que les ha llegado la hora del martirio y de la muerte.

Y él, aceptaba para sí muerte y martirio, pero sentía dolorida el alma hasta en lo más profundo, por el sacrificiode aquella niña que había crecido en sus brazos y á quien amaba más que á su propia existencia.

Vinicio cayó nuevamente de rodillas junto á la joven.

Y al través del enrejado de la muralla penetraron unos débiles rayos de luna que iluminaron la estancia mejor que la linterna que á la entrada ardia.

Ligia abrió entonces los ojos y dijo, posando en el brazo del joven su mano, que parecía arder por la fiebre: —Te veo, Marco. Sabía que vendrías.

Vinicio la tomó las manos, que oprimió contra su frente y su corazón; levantó su cabeza y la retuvo contra el pecho.

—He venido, amada mía,—la dijo.—¡Que Cristo te guarde y te liberte, Ligia adorada!

Y nada más le fué posible agregar, porque en su pecho el corazón era presa de una honda agitación de congoja y de amor, y él no quería manifestar pena en su presencia.

Marco, estoy enferma,—dijo Ligia;—y debo perecer, ó en la arena ó en la cárcel. ¡He orado tanto al Señor, pidiéndole que me dejara verte antes de morir!... ¡Y has venido!... Cristo ha escuchado mi plegaria...

Vinicio, incapaz aún de articular una sola palabra, siguió estrec ndo á la joven ontra su corazón.

Ella continuó así: —Yo te vi al través de la ventana del Tullianum. Sabía