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QUO VADIS

tera expresión habitual, pero lleno de lágrimas, y á la sazón mantenía en alto la mano en señal de gracia.

Y ahora la cólera empezaba á dominar á las multitudes.

Debajo de sus pies, ya cansados de tanto golpear el suelo, levantábanse nubes de polvo que iban llenando el anfiteatro. Y en medio de los rugidos ensordecedores del populacho escuchábanse ya gritos de «¡Enobarbol Matricida! ¡Incendiario! » Y Nerón se sintió alarmado.

Los romanos eran señores absolutos en el Circo. Los anteriores Césares, y en especial Caligula, se habían permitido á veces obrar contrariando la voluntad del pueblo; mas esto, empero, había traído siempre como resultado algunos disturbios que llegaban á las veces hasta el derramamiento de sangre.

Pero Nerón se hallaba en situación muy diversa.

En primer lugar, como actor y como cantante había menester del favor del pueblo, y en seguida, necesitaba conservar á la plebe de su parte contra el Senado y los patricios. Especialmente después del incendio de Roma, todos sus esfuerzos y arbitrios habíanse encaminado á ganarse la voluntad popular y desviar su cólera haciéndola pesar sobre los cristianos.

Comprendió, por otra parte, que oponerse por más tiempo era sencillamente peligroso. Un disturbio iniciado en el Circo podría propagarse por toda la ciudad y tener resultados incalculables.

Dirigió, pues, de nuevo la vista á Subrio Flavio, á Escevino el centurión, pariente del senador del mismo nombre, y á los soldados, y viendo por todas partea ceños adustos, rostros excitados, y ojos fijos en él, dió la señal del per Y entonces una tempestad indescriptible de aplausos se dejó sentir desde las más altas hasta las más bajas hileras de asientos.

El pueblo estaba ya seguro de las vidas de los condena-